¿ Por qué nos parecen anacrónicas la obediencia y la disciplina, que es por donde se empieza a inculcar las normas ?.

Si las normas son tan importantes para nuestras vidas, parece importante insistir en el valor de la obediencia, aspecto que en los últimos tiempos parece que está desfasado y en desuso. Volver a insistir, digo, porque hay dos palabras que hemos excluido de la educación progresista, una es la obediencia y la otra la disciplina. Si hay que enseñar normas, ¿ por qué nos parecen anacrónicas la obediencia y la disciplina, que es por donde se empieza a inculcar las normas ?.

Ponderar la obediencia, sin especificar que es lo qué hay que obedecer – incluso a quién hay que obedecer – es lo mismo que elogiar la sumisión o el sometimiento. El objetivo de la educación no debe ser hacer individuos obedientes, sumisos, disciplinados, complacientes o dóciles. Otra cosa es entender el valor instrumental que sin duda tiene la obediencia y la disciplina como la manera de enseñar al niño a autocontrolarse.
No hay procesos de aprendizaje sin regularidades. Aprender a comportarnos es lo mismo que aprender a hablar o aprender a conducir, hay normas que aprendemos sin darnos cuenta, sin aparente esfuerzo y sin que nos importe someternos a ellas, mientras otras se nos resisten. Conocerlas es imprescindible para poder aplicarlas, por eso hay que obligar al niño y hay que exigirle que obedezca.

Pero eso lleva consigo la disciplina, para que aquello que en principio costaba un gran esfuerzo, acabe siendo una costumbre relativamente fácil. Las normas son coactivas, ¡ qué le vamos a hacer !. La coacción es el principio de la costumbre, de la cooperación e incluso de la autonomía. Sin coacción no se hace fuerte la voluntad.

Hay que ver la obediencia como un paso superable. Quedarse en la obediencia, a secas, es un signo de inmadurez. Preferimos a los jóvenes rebeldes e insumisos que a los dóciles. Pero la buena rebeldía consiste en la creación de normas y de criterios propios. No, pues a la obediencia por sí misma, sino como medio para aprender a ser puntual, a ser educado, a ser estudioso, a ser trabajador.
Antaño, en épocas más autoritarias que la nuestra, las faltas de obediencia iban seguidas irremediablemente de castigos – físicos en muchos casos - . Que el castigo parezca impropio o inadecuado no implica desaconsejar el cumplimiento de las normas, sino más bien imaginar otros medios que sirvan para inculcar los deberes y las obligaciones.

Los padres desempeñan un papel importante en este aspecto, si queremos que un niño cumpla normas, debe empezar desde la familia. Las normas deben ser consensuadas con los hijos, asumidas por ellos, interiorizadas y por supuesto aplicadas, pero no un día – como decíamos en otro artículo -, sino continuamente. Con ello conseguiremos que las normas se conviertan en costumbres y en hábitos.

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