LAS JUNTAS DE EVALUACIÓN. ESE GRAN SUPLICIO.

Voy a terminar este curso dedicado a la evaluación con un artículo de Jordi Martí, que califica a las Juntas de Evaluación de manera muy dura. Tengo que decir con toda sinceridad que, salvo en algunos aspectos, me identifico bastante con el autor del texto. Pero lo más importante es que nos haga pensar.
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" La semana que viene en mi centro educativo, al igual que en otros muchos (algunos ya lo han realizado), toca el espectáculo grotesco de las Juntas de Evaluación. Docentes que, dentro de la vorágine burocrática, se ven obligados a cantar sus notas. Cantar notas, poner números, trasladar dichos números a insuficientes, suficientes, bienes, notables y excelentes. Gestionar aprendizajes a golpe de calificación. Calificaciones realizadas desde tiempos inmemoriales. Calificaciones solicitadas por la mayoría de padres. Calificaciones que tienen poco que ver con aprendizajes o con nada educativo.
Que un alumno haga exámenes memorísticos (o enmascarada dicha supuesta memorización en actividades mal diseñadas) no sirve de nada más que para obtener un gallifante. Un gallifante más o menos bonito en función de parámetros muy alejados de lo que significa habilidades. Gallifantes a tutiplén. Gallifantes que retratan, más o menos subjetivamente, un estado puntual dentro de un sistema educativo anacrónico aderezado por escrúpulos o orgasmos en diferentes intensidades. Vamos a ver… ¿estamos locos o qué? Que no es otorgar más o menos presión a los chavales, ni más o menos incentivos… es ser jurado y juez. Yo no nací para juez. Ni tan sólo para formar parte del jurado. Sinceramente, es la faceta que menos me gusta y que, por obligación, estoy obligado a ejercer. Sí, tengo que evaluar. Sí, debo evaluar con notas en un modelo de evaluación que, a mi entender, sirve entre poco y nada.
Sí, no me crucifiquéis. Soy un mal docente por no creer en las Juntas de Evaluación. Por entender que las mismas son una pérdida de tiempo. Por considerar que las mismas sirven de poco. Y sí, yo participo en el tramoyismo. Y sí, en ocasiones suspendo a alumnos. Y sí, en ocasiones pongo excelentes. Y sí, en la mayoría de casos me importa menos que un pimiento. Lo triste es que preocupe a los chavales. Que les preocupe más la presión de la calificación que la necesidad de aprender. Que sea más importante lo que les dirán en casa que lo que ellos se sientan orgullosos (o no) de haber hecho. Sí, cumplo la obligación. Sí, me quejo desde la perspectiva del pragmatismo educativo. Sí, si no quiero tener problemas debo evaluar. Triste, muy triste.
Pero sí debemos evaluar por qué no permitimos a la comunidad educativa que vea cómo lo hacemos. Las Juntas de Evaluación deberían ser abiertas a alumnos y padres. Quizás si empezamos a abrir esos lugares inhóspitos para alguno de los que participamos en ese teatro educativo podríamos sacar algo útil de las mismas porque… cantar números, pedir al profesor que diga las calificaciones que no ha puesto en el programa informático y, quejarse de algún alumno/grupo es mucho menos interesante que dedicar esas horas a hablar de Educación. De hablar de propuestas de mejora. De analizar qué podemos mejorar en nuestro centro educativo para mejorar las capacidades de nuestros alumnos. Que evaluar es mucho más interesante que poner una triste nota. Que evaluar es mucho más que lo que estamos haciendo.
No me gustan las reuniones de pastores que no tienen en cuenta los peligros del lobo o las necesidades de las ovejas. No me gustan aquellas reuniones que, por diferentes motivos, se mantienen al margen de parte de la comunidad educativa. No me gusta poner notas y, aún menos, que las mismas determinen el futuro de alguien a edades tan sensibles. ¿Admiro? a aquellos que evalúan a los niños de seis años. ¿Admiro? a aquellos que evalúan para evitar problemas. ¿Admiro? a aquellos que sacan esos 4,9  de la chistera -y no digamos a los que sacan un 4,9876-?
Las Juntas de Evaluación cerradas y tal como están montadas son un gran ataque al aprendizaje. Sí, debemos evaluar. Lo único que cuestiono es el cómo y quién participa en esas evaluaciones. Nada, soy un docente raro y, lamentablemente, cada vez me siento más alejado del modelo que nos llevan vendiendo desde hace años sobre lo que significa ser un “buen” docente ".



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