¿Tiene sentido una evaluación calificadora?
Neus Sanmartí. UAB
La evaluación vista como
calificación es importante, ya que permite ponerse a prueba uno mismo y
constatar resultados, Además es necesaria cuando se han de seleccionar las
personas más idóneas para la realización de determinados estudios con mucha
demanda, o para ejercer una profesión.
Pero esta evaluación sólo debería plantearse
cuando hay ciertas posibilidades de éxito. Ir al fracaso a sabiendas tiene
consecuencias emocionales importantes que es absurdo acarrear. Lo razonable es
que un estudiante se someta a una evaluación de este tipo cuando considere que
está preparado.
En nuestro sistema educativo los
alumnos van demasiadas veces a un examen sin saber si saben, a ‘probar suerte’.
Esta cultura, que sí es totalmente contraria a lo que implica aprender,
conlleva que muchas veces se defienda la conveniencia de ‘más exámenes’
(parciales, de recuperación, en septiembre, más convocatorias...) como sinónimo
de más probabilidades de éxito, pero no de saber más.
Al mismo tiempo no debe olvidarse
que los sistemas de evaluación con finalidades selectivas son los que
condicionan qué y cómo se enseña, y qué y cómo se estudia. Si las pruebas que
plantea el profesorado son memorísticas los alumnos sólo buscan la forma de
recordar y no la de entender. De la misma forma, los profesores enseñan
teniendo en cuenta el tipo de exámenes externos que se proponen a sus alumnos,
por lo que se puede afirmar que el verdadero currículo no es el que se escribe
en normas ministeriales, sino el que se percibe a través de los sistemas de
evaluación aplicados.
Dicho de otra forma, el valor de la evaluación
externa reside fundamentalmente en que se de a conocer a profesores y alumnos
(y a las familias) qué es lo que la sociedad, el gobierno o la universidad
considera importante que se enseñe y aprenda. Pero esta función se puede
ejercer con evaluaciones diagnósticas y comparativas, sin necesidad de ser
selectivas. De ahí la proliferación en los últimos años de trabajos con esta
finalidad como APU, TIMSS, PISA, los que realiza el INCE o similares.
De las anteriores reflexiones se
puede concluir que la evaluación es el componente principal de todo proceso de
enseñanza y de aprendizaje. Sin evaluación nos faltan referentes y no podemos
identificar qué aspectos debemos mejorar, ni cuál es la causa de los errores
que se cometen mientras se está aprendiendo, que por otro lado es totalmente
normal que se cometan. Pero al mismo tiempo, la evaluación con finalidades
calificadoras y selectivas, planteada sin que los alumnos tengan posibilidades
de éxito, sólo promueve más fracaso y pérdida de autoestima. La cultura del
esfuerzo pasa por crear ambientes de aprendizaje estimulantes y por ofrecer
todo tipo de ayudas para superar las dificultades.
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